Meditación Domingo 2º Pascua (A) Divina Misericordia

(Cfr. www.almudi.org)


 
 
«Al atardecer de aquel día, el siguiente al sábado, estando cerradas las puertas del lugar donde se habían reunido los discípulos por miedo a los judíos, vino Jesús, se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros. Y dicho esto les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor se alegraron los discípulos. Les dijo de nuevo: La paz sea con vosotros. Como el Padre me envió así os envío yo. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos.
Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: ¡Hemos visto al Señor! Pero él les respondió: Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en su costado, no creeré.
A los ocho días, estaban de nuevo dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: La paz sea con vosotros. Después dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente. Respondió Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús contestó: Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto han creído» (Juan 20,19-31).

1. «Al atardecer de aquel día [de la Resurrección de Jesús], el siguiente al sábado, estando cerradas las puertas del lugar donde se habían reunido los discípulos por miedo a los judíos, vino Jesús, se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros. Hoy, al  terminar la octava de la Resurrección, queremos vivir de un modo especial este saludo del Señor: "la paz esté con vosotros".
El segundo domingo de Pascua celebramos la fiesta de la Divina Misericordia, que Juan Pablo II instauró en el comienzo del milenio. En esta devoción resplandece de manera sublime la bondad de Dios para con todos los hombres y al participar de esos actos de piedad en el día de hoy puede lucrarse indulgencia plenaria (con las condiciones habituales). Se recomienda para ello rezar alguna oración como "Jesús misericordioso, confío en ti".
Jesús dio a entender a Santa Faustina que es devoción que tiene que extenderse por toda la tierra: "La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia" (Diario, 300). Jesús transmite que Dios es Misericordioso y nos ama a todos... "y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que  tiene a Mi misericordia" (Diario, 723). Se nos pide que tengamos plena confianza en la Misericordia de Dios, y que seamos siempre misericordiosos con el prójimo a través de nuestras palabras, acciones y oraciones... "porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil" (Diario, 742). Junto a la Coronilla y la Novena a la Divina Misericordia, se promueve la Penitencia sacramental y recibir la Santa Comunión este día.
La esencia de la devoción se sintetiza en cinco puntos fundamentales:
a) Debemos confiar en la Misericordia del Señor. Jesús, por medio de Sor Faustina nos dice: "Deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en mi misericordia. Que se acerquen a ese mar de misericordia con gran confianza. Los pecadores obtendrán la justificación y los justos serán fortalecidos en el bien. Al que haya depositado su confianza en mi misericordia, en la hora de la muerte le colmaré el alma con mi paz divina".
b) La confianza es la esencia, el alma de esta devoción y a la vez la condición para recibir gracias: "Las gracias de mi misericordia se toman con un solo recipiente y este es la confianza. Cuanto más confíe un alma, tanto más recibirá. Las almas que confían sin límites son mi gran consuelo y sobre ellas derramo todos los tesoros de mis gracias. Me alegro de que pidan mucho porque mi deseo es dar mucho, muchísimo. El alma que confía en mi misericordia es la más feliz, porque yo mismo tengo cuidado de ella. Ningún alma que ha invocado mi misericordia ha quedado decepcionada ni ha sentido confusión. Me complazco particularmente en el alma que confía en mi bondad".
c) La misericordia define nuestra actitud ante cada persona: "Exijo de ti obras de misericordia que deben surgir del amor hacia mí. Debes mostrar misericordia siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte. Te doy tres formas de ejercer misericordia: la primera es la acción; la segunda, la palabra; y la tercera, la oración. En estas tres formas se encierra la plenitud de la misericordia y es un testimonio indefectible del amor hacia mí. De este modo el alma alaba y adora mi misericordia".
d) La actitud del amor activo hacia el prójimo es otra condición para recibir gracias: "Si el alma no practica la misericordia de alguna manera no conseguirá mi misericordia en el día del juicio. Oh, si las almas supieran acumular los tesoros eternos, no serían juzgadas, porque la misericordia anticiparía mi juicio".
e) El Señor Jesús desea que sus devotos hagan por lo menos una obra de misericordia al día. "Debes saber, hija mía que mi Corazón es la misericordia misma. De este mar de misericordia las gracias se derraman sobre todo el mundo. Deseo que tu corazón sea la sede de mi misericordia. Deseo que esta misericordia se derrame sobre todo el mundo a través de tu corazón. Cualquiera que se acerque a ti, no puede marcharse sin confiar en esta misericordia mía que tanto deseo para las almas".
Los primeros testigos de la Resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres, seguramente con la Virgen María. Después de la segunda aparición, con los que iban a Enmaús, la misma tarde del «primer día de la semana», Jesús se aparece a los Apóstoles mostrándoles las heridas de las manos y del costado, y «sopla» sobre ellos y les dice: «Recibid el Espíritu Santo» (luego, según Lucas, habrá otra efusión del Espíritu, a los 50 días). Después de su entrega y descenso hasta el abismo, hay una "elevación" mesiánica de Cristo por el Espíritu Santo que alcanza su culmen en la Resurrección, donde se revela como Hijo de Dios "lleno de poder". Al soplar sobre los apóstoles, se nos pone en relación con Adán quien fue hecho «alma viviente» gracias al «aliento de vida» que Dios «insufló en sus narices». Jesús da vida, en una nueva creación en su resurrección. Ahí se vive lo de san Pablo: «se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual», animado por el pneuma, el Espíritu. Nuestra resurrección será a imagen de la de Cristo.
La «paz sea a vosotros». Jesús, has venido a traer la paz. Danos la paz, la paz del corazón, la paz interior. Luego confías el poder de las llaves, de perdonar los pecados, a la Iglesia: «Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico» (Catecismo 1442). Gracias, Jesús, por habernos dado este sacramento.
“Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron: ¡Hemos visto al Señor! Pero él les respondió: Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en su costado, no creeré”. Es el peligro de la incredulidad, de comprobarlo todo…
“A los ocho días, estaban de nuevo dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: La paz sea con vosotros. Después dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”. He aquí la conversión, y seguidamente la confesión de fe más maravillosa del Evangelio: “Respondió Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús contestó: Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto han creído» (y aquí estamos nosotros…).

2. Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que “los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones”. Aquellos días de Jerusalén fueron “fundantes” de la comunidad eclesial: “los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno”. Desprendidos de las cosas materiales, “a diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando”. Estaban con María la Madre de Jesús, por cuya intercesión ha derramado Dios sobre la Iglesia su misericordia, sobre toda la humanidad por medio de María, y lo continúa haciendo…
Este salmo refleja los misterios redentores de la vida de Cristo; el Señor cantó este salmo al finalizar la Ultima Cena, y lo cita cuando habla de la viña y los viñadores: “Dios había plantado vides escogidas y sin embargo dieron agraces”: la violencia, el derramamiento de sangre y la opresión, que hacen gemir a la gente bajo el yugo de la injusticia. Te pedimos, Señor, dar fruto, no ser infecundos ni malos, estar unidos a ti, que nos dices: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto» (Juan 15, 5). La historia de la viña de Dios acaba bien, Dios no fracasa. Al final, triunfa el amor, se hace realidad lo del salmo: «La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido…» De la muerte del Hijo surge la vida, se forma un nuevo edificio, una nueva viña. En Caná, cambió el agua en vino, transformó su sangre en el vino del verdadero amor y de este modo transforma el vino en su sangre.

3. La epístola bendice al Señor, exclama ante lo que hizo y sigue haciendo por su pueblo: se "bendice" al Padre de nuestro Señor  Jesucristo, que al resucitar a Cristo de la muerte nos ha hecho nacer de nuevo a una  esperanza viva. Vemos el objeto de esta esperanza: la herencia reservada en el cielo. Por eso, las pruebas que al presente nos afligen no  pueden empañar nuestra alegría. Todas las penas se pueden llevar con esta esperanza: vamos a obtener la salvación, que es la meta de nuestra fe. Fe que –fruto de la experiencia de Dios- lleva a una actitud de "bendición" (Adrien Nocent).
Este domingo, que cierra la octava de  Pascua, suele llamarse "in albis", es decir, de  las vestiduras blancas que habían llevado los  nuevos bautizados durante toda la semana. Todos cristianos de ayer o desde hace  mucho tiempo, somos de alguna manera  "recién nacidos", tenemos la necesidad de  comprender mejor "que el bautismo nos ha  purificado, que el Espíritu nos ha hecho  renacer y que la sangre nos ha redimido",  como reza la Oración colecta de la Misa.

Llucià Pou Sabat

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