Prudencia educativa

Prudencia educativa

Por Fernando PASCUAL |

Las preguntas surgen continuamente entre los educadores: ¿intervenir o dejar pasar? ¿Tomar la iniciativa o ver qué hacen los educandos espontáneamente? ¿Corregir ahora o hacer como si nada hubiera ocurrido?

Ante preguntas como las anteriores, existen dos posturas antitéticas. Una consiste en intervenir a cualquier precio, en castigar de inmediato, en adoptar una postura directiva con órdenes e indicaciones claras.

La otra consiste en evitar intervenciones supuestamente dañinas, que podrían provocar tensiones, que enrarecerían el ambiente, que serían criticadas como autoritarias, que coartarían los caminos hacia la responsabilidad personal.

Entre esas dos posturas antitéticas podrían indicarse otras, más cercanas a la primera o a la segunda. Por ejemplo, el miedo a consecuencias negativas si no se corrigen ciertas cosas, o el miedo a “quemarse” y ser visto como un desfasado educador “a la antigua”.

A la hora de afrontar este tipo de preguntas, resulta útil recordar las famosas distinciones: no hay que incurrir en el permisivismo ni en el autoritarismo, en las imposiciones o en las omisiones, en los miedos por exceso o por defecto.

En el horizonte, se insinúa la importancia de la virtud de la prudencia, esa que permite evaluar seriamente las situaciones, las personas, las posibilidades, y que permite adoptar decisiones orientadas al mejor modo de conseguir metas buenas.

Porque hay ocasiones en las que los hijos, o un grupo de alumnos, o una oficina de trabajo, requieren una intervención serena pero firme para evitar abusos y daños que sufren los más débiles.

Porque también hay otras ocasiones que aconsejan una pausa reflexiva para observar cómo reaccionan las personas y para ver si muchos (ojalá todos) escogen los caminos más correctos para vivir en común y para llevar adelante los propios deberes.

Ser educador nunca ha sido fácil, pero siempre es algo bello. A pesar de todos los riesgos, a pesar de que fácilmente se incurre en el exceso o en el defecto, una buena dosis de prudencia, acompañada por el auténtico cariño hacia los educandos, se convierte en una aliada excelente para mejorar las decisiones y para acompañar a quienes necesitan buenos guías y compañeros en el camino hacia la propia maduración.

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